23.8.07

"La linea de belleza" de Alan Hollinghurst


Nick tiene veinte años y se ha graduado en Oxford. Está escribiendo su tesis sobre Henry James, y abandona la provincia para irse a vivir a Londres, a casa de Toby Fedden, su mejor amigo y compañero de estudios. El joven está fascinado por la inalcanzable belleza de Toby, que es insistentemente heterosexual, pero también por el encanto de todos los Fedden, un encanto hecho de dinero, de clase, de cultura y de un saber vivir sin prejuicios, tan diferente de los modos de la conservadora clase media de donde procede Nick. Y no porque la familia Fedden sea de izquierdas: Gerald, el padre, es un político en alza en el gobierno de Margaret Thatcher; Rachel, la madre, es una kessler, hija de una familia judía de las altas finanzas y hermana del barón de Hawkeswood.

Una de las tres novelas que han tenido a Henry James como centro de atención en recientemente: "El Maestro" de Toinbin; "El auror, el autor" de Lodge y esta que hoy presentamos y en la que se puede observar un maravilloso cuadro de la Iglaterra de fin de siglo.

"Donde los ángeles no se aventuran" de E.M. Forster


It is a tragi-comedy describing the consequences of the marriage of Lilia Herriton, an impulsive young widow, to the son of an Italian dentist, Gino Carella, whom she meets while touring in Tuscany, ineffectively chaperoned by 'charming, sober' Caroline Abott. Lilia's mother-in-law in suburban Sawston, outraged by news of the engagement, dispatches her young son Philip Herriton, barrister and aesthete, to break off the match, but he arrives too late, for the couple are already married. Lilia dies shortly afterwards in childbirth, and Philip is once more dispatched, this time accompanied by his sister Harriet, to rescue the baby from imagined disaster. They meet Abbot in Monteriano, and both she and Philip find their intentions waver as they fall under the spell of Italy (there is a fine description of an enthusiastic Italian audience watching Lucia di Lammermoor) and become aware of Gino's strong feelings for and determination to keep his son; once more they admit defeat, recognizing, and in Miss Abbott's case much moved by, Gino's passion.
Without their knowledge Harriet kidnaps the baby, who is accidentally killed when their carriage overturns. Gino, hearing the news, attacks Philip, but the two are reconciled, after a fashion, through Miss Abbott's concern for both. As Philip and Miss Abbott travel back to England, he realizes that he has learned to love her, but she reveals that she loves Gino, and appears to be resigning herself to a spinster's life of good works in Sawston.

"Lecturas y relecturas" por Olegario González de Cardedal en ABC del 23 de Agosto de 2007

¿QUÉ sería de nosotros sin libros? ¿Cómo será la vida interior de una persona que no ha leído nunca nada? Casi imposible nos parece la vida sin la escritura. Sin embargo en el momento en que surgió, junto con el agradecimiento por las posibilidades que ofrece, se percibieron los posibles efectos perjudiciales. La escritura nos ofrece saberes que nos vienen de fuera. Pero, ¿el real conocimiento personal puede venir desde fuera del propio espíritu del hombre? ¿No deberá nacer del encuentro consigo mismo, de aquella interiorización que llamamos memoria (Erinnerung)? Platón relata el mito del origen de la escritura en Egipto en un diálogo entre el dios Theuth y el rey Ammón. Aquél le explica así el invento: «Este conocimiento, oh rey, hará más sabios a los egipcios y aumentará su memoria». El rey le replica que a la vez que una ganancia será una pérdida, porque «en las almas de quienes lo aprendan dará origen al olvido, por descuido del cultivo de la memoria, ya que los hombres por culpa de la confianza en la escritura, serán traídos al recuerdo desde fuera, por unos caracteres ajenos a ellos, no desde dentro por su propio esfuerzo» (Fedro 274-275)

Con el libro hemos pasado del cultivo de la memoria que retiene a la lectura que se despreocupa. Ahora estamos en trance de pasar de ésta a la cultura de la imagen. No se trata de sustitución, sino de complementaridad. Una y otras hacen más rica y ancha la vida humana, pero exigen un esfuerzo de integración y de establecimiento de prioridades. La memoria para Platón remite al fondo del hombre en el que su espíritu se funde con el ser, conecta con la verdad y se abre a Dios. En este encuentro descubre su destino y su misión. La memoria así entendida es la condición para ser hombres verdaderos. El libro no viene a desplazarla sino a emplazarla. Lo mismo vale para las nuevas tecnologías respecto del libro. Memoria, texto e imagen forman el triángulo en el que se encuadra hoy la verdad del hombre en búsqueda de su plenitud.

El libro nos arranca a nuestra soledad y nos abre a la interioridad del prójimo, plasmada en sus páginas. Nos permite viajar a otros mundos, existir con otros hombres, hablar con otras palabras, pensar con otros pensares: en una palabra, tener nuevos ojos para descubrir el fondo de la realidad que nos es familiar y abrirnos a otras realidades que nos eran ajenas e insospechables.

Un libro nos permite compartir la experiencia de otro ser semejante a nosotros. Su destino puede ser nuestro destino y sus aventuras, nuestras aventuras. Podemos morar en sus mansiones interiores durante los meses que dura la lectura; acompañar el río de su vida desde el nacimiento en las fuentes de la montaña hasta la desembocadura en el océano.

En el curso de sus aguas llegamos a ser otra persona, ya que lo que le ocurre a un hombre en el fondo le ocurre a todo hombre. Todas las vidas pueden ser nuestras vidas, todas las muertes pueden ser nuestras muertes, y mientras recorremos aquéllas revivimos las nuestras, que así se ven iluminadas, ensanchadas, condenadas o justificadas.

Un hombre tiene la edad de sus lecturas, de las que ha hecho y de las que no ha hecho, porque no haberse asomado a ciertas cumbres y abismos es haber quedado disminuido en la talla posible de humanidad. Los libros tienen su tiempo y no pueden ser leídos todos en cualquier edad. Hay lecturas de infancia y de adolescencia, de juventud y de madurez. Junto a ellas hay otras que son capaces de afectar al lector en todo tiempo, porque en sobria sencillez llegan hasta su médula, sea niño o anciano. Cuando la savia es profunda permea raíz, tronco y ramas, llegando hasta las extremidades en tallos y flores. Somos aquello que hemos sido y leído, aquello que hemos pensado y amado, aquello que hemos realizado y omitido.

No se puede leer al azar, sin discernir, porque la vida es corta y lo que merece la pena leer es mucho. No podemos leer todo. Una característica de la juventud es pensar que el mundo, ancho y dilatado, le será visitable en todos sus rincones y cognoscible en todas sus dimensiones. Pero llega un momento en la vida en que esta intuición escinde como un rayo nuestra alma: hay en mi biblioteca un libro que ya no leeré, un paisaje que nunca más contemplaré, un amigo que no visitaré. Por ello es un imperativo sagrado seleccionar, yendo a lo bello, creativo y esencial.

Hay libros que tenemos que leer por obligación y otros que leemos por el gozo de la lectura gratuita. Estos hay que degustarlos, dejándose arrastrar por sus corrientes y modelar por sus aristas: libros de humanidad viva, en los que late un corazón gozoso o dolorido, en los que el humor y la esperanza brotan como un surtidor hasta la altura y nos lanzan al azul del cielo para ensancharnos con su inmensidad. Libros que alimenten la imaginación y la memoria, el corazón y la inteligencia; que nos conduzcan hasta aquellas angosturas en las que, puestos ante el borde de lo supremo, despertamos del sueño de nuestros desatinos, discerniendo lo que permanece de lo pasajero, la verdad de la mentira, la dignidad de la corrupción. Hay tanta o más filosofía en la novela del siglo XIX que en los sistemas filosóficos de ese siglo, y en el XX, Ortega y Unamuno nos han mostrado cómo la vida del hombre, la fe y la esperanza en Dios laten con suprema intensidad en las obras literarias de genio.

¿Se puede establecer un canon de lecturas? En nuestros días se han hecho famosos varios intentos desde la «Biblioteca de la gran literatura mundial» de H. Hesse a las obras de H. Bloom, monstrando: «Cómo leer y por qué» y las de Italo Calvino preguntando «Por qué leer los clásicos». Hay libros de valor universal que, trascendiendo el tiempo en el que surgieron, son contemporáneas de cada generación y de cada hombre.

La Odisea y la Biblia, San Agustín y Dante, Cervantes y Shakespeare... no pertenecen ya a nadie ni quedan enterrados en el marco de su nacimiento. A los clásicos hay que permitirles que nos habiten para poder nosotros inhabitarlos. Junto a ellos, cada uno tenemos que construir nuestra biblioteca personal. Borges dejó entre sus papeles una lista de prólogos a 64 obras de las 100 que iban a constituir su «Biblioteca personal». Cada vida es un abismo y para alumbrarla necesitamos ayudas. Cada vida es una construcción diferente y para edificarla se necesitan las piedras propias: cimientos y sillares, adarajas y cumbreras.

Hay que leer y a partir de cierta edad hay que releer. ¡Ay de quién no relea, porque eso supone que sólo leyó por mera curiosidad o forzada necesidad y que los libros no echaron raíces en su ser! Hay que volver, y no por nostalgia de pasado sino por ambición de futuro, a aquellos libros que nos fundan para siempre, porque nos abren los horizontes definitivos de la vida. Lecturas que nos descubrieron ideales y otras que nos forzaron a ver la verdad dura y desnuda a pesar de nuestra tentación de ocultarla o negarla. Libros de amigos y de enemigos, para no edificar sobre el orgullo, el odio o el resentimiento. Cuando visito la biblioteca de alguien la curiosidad me incita a observar qué libros están intactos, cuáles han sido usados y cuáles encuadernados. En la mía tengo una docena encuadernados en rojo. Son los que me han acompañado en mi camino y, desgastados, necesitaron un refuerzo para seguir acompañándome.

El invierno y el verano deben surtirnos con lecturas o relecturas placenteras, pero nunca triviles. Las palabras iluminadoras de H. Bloom merecen ser recordadas y repetidas: «Cuando uno ronda los setenta, le apetece tan poco leer mal como vivir mal, porque el tiempo transcurre implacable... Nada ni nadie, cualquiera que sea la colectividad que pretende representar o a la que intente promocionar, puede exigir de nosotros la mediocridad».

OLEGARIO GONZALEZ DE CARDEDAL
de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

16.8.07

"Job" de Joseph Roth




La extraordinaria pericia literaria de Joseph Roth se pone de manifiesto en esta novela. Es una moderna historia de Job, desde´la ótica judía y desde la literatura pura y dura. Roth es un maestroy desde que "Acantilado" se propuso acercarnos a este escritor , cada una de sus obras es un acierto. La historia de Mendel Singer, que abandona a un hijo tullido en su aldea natal para partir con el resto de su familia a América, sirve a Roth para retomar la historia de Job y sus infortunios, la pérdida de la fe y la experiencia del sufrimiento. Los dos últimos capítulos son una muestra de cómo el libro veterotestamentario sirve a este escritor judío austriaco que retrató como nadie la caída del imperio austrohúngaro. El libro bíblico adquiere una nueva fuerza. Cuando fue publicado en 1930, representó el primer gran éxito para su autor.





Roth es un escritor nacido en 1894 en Volinia, en el imperio austrohúngaro (hoy Ucrania) de padres judios. Estudió en las Universidades de Lemberg y Viena y participó en la I Guerra Mundial, principalmente como periodista. Acabada la guerra viajó por toda Europa debido a su profesión. En 1932 publica La marcha Radetzky, su novela más aclamada, en la que describe a una familia en los años finales del imperio Austro-húngaro. El destierro a Francia en 1933 huyendo del nazismo y un alcoholismo cada vez más severo precipitan su muerte en 1939 de un colapso mientras hablaba con los amigos en su mesa habitual del Café Tournon, en París


7.8.07

"Amistad profana" de Harold Brodkey


(Ver post posterior)

Venecia es el escenario de una amistad, de un amor, que el libro retrata en tres tiempos. En los años treinta, en la Italia del adolescente fascismo, Niles O´Hara, un chico norteamericano hijo de un escritor expatriado, conoce a un muchacho veneciano, Giangiacomo Gallieni. El estallido de la guerra los separa. En la década de los cuarenta se produce el reencuentro, cuando la familia norteamericana regresa a una Venecia muy distinta de la que dejaron. Niles recupera al amigo de la infancia, que durante la contienda ha descubierto el horror y también la sexualidad, y la amistad se transforma en atracción homoerótica. De nuevo sus sentidos se separan y ya en el presente se reencuentran por última vez cuando Niles, ahora escritor de prestigio, escribe un guión para Giangiacomo, que ha triunfado como actor. Esta hermosa novela, escrita con el concurso de una prosa llena de matices y sugerencias, Brodkey se adentra por última vez en los meandros del deseo, de la siempre difícil búsqueda del amor

"Esta salvaje oscuridad.La historia de mi muerte" Harold Brodkey


Buscando novelas que hayan tenido a Venecia como escenario o tengan como tema esta bella ciudad, encuentro la figura de Harold Brodkey (Nada tiene que ver con Brodsky enterrado en Venecia y del que ya hemos hablado) El libro que leo es "Amistad profana". Adentrandome en el autor veo que ha escrito un relato de su propia muerte con el titulo "Esta salvaje oscuridad" De la mano de estas dos obras ando la busqueda de su obra mas importante "El alma fugitiva" que ya os comentare/. Muerto de SIDA en 1996 despues de un periodo de vida heterosexual larga, se enfrento a la muerte con la ayuda de su esposa e hijos. Una cronica impresionante. van , pues, comentadas las dos obras de este autor:
Escritor norteamericano nacido en Staunton, Illinois. Estudió en la Universidad de Harvard y vivió gran parte de su vida en la ciudad de Nueva York. Con su primer libro Primer amor y otros pesares (1954), fue definido como un escritor de primera magnitud y una de las más extraordinarias figuras literarias de su generación. A éste siguieron, Relatos a la manera casi clásica (1988), reunión de cuentos escritos durante las tres décadas siguientes, El alma fugitiva (1991), considerada una de las obras cumbres de la literatura americana del siglo XX, Amistad profana (1994) y Esta salvaje oscuridad (1996). Esta última que fue publicada póstumamente es una reflexión de los últimos tres años de su vida cuando se le diagnosticó el sida. Estuvo casado con la escritora Ellen Schwamm. Harold Brodkey, que estaba considerado un genio evasivo y de lenta producción, y que cuyos escritos lo colocaban a la altura según los críticos del mismísimo Marcel Poust, escribió como nadie sobre la muerte, el poder, la fama y la inmortalidad de la literature
Esto decia La Vanguardia sobre "Esta salvaje oscuridad"

La sección inicial de "Esta salvaje oscuridad. La historia de mi muerte", el libro póstumo de Harold Brodkey (1930-1996), es ya escalofriante, dolorosa como zarpazo de león en pleno rostro. Arranca con un lacónico: "Tengo sida". Concluye poco después con su hospitalización y estas palabras: "Así terminó mi vida. Y empecé a morir". Era la primavera de 1993. En enero de 1996 Brodkey moría y dejaba esta obra breve, terrible, que documenta el feroz aprendizaje de la muerte de uno de los pocos grandes narradores de culto que ha dado la literatura norteamericana en los últimos años del siglo, autor de dos libros de relatos y otras dos novelas de alto voltaje que le sobreviven.

Con todo, nada suyo es comparable a lo que acabo de leer. Para mejor entenderlo conviene fijar la escenografía. Cuando Brodkey recibió el diagnóstico condenatorio, se sorprendió porque, según escribe, en 1977 había abandonado sus hábitos homosexuales casándose con la escritora Ellen Schwamm, la mujer de carácter que estará con él en su inexorable combate hasta más allá de lo predecible. Ellen, por ejemplo, muestra su "decepción" cuando le anuncian que su sangre no está contaminada. Así que Ellen no morirá con Harold, pero sí comparten en el límite de lo humano las oscilantes fases del declive. Más adelante, al hilo de sus inmersiones espasmódicas en el pasado, Brodkey deduce que el virus se lo pasó un joven maestro con quien en 1970 mantuvo relaciones, Charles Yodi, a su vez víctima del azote.

Pero ésta no es la cuestión primordial para Brodkey, enzarzado con sus menguantes energías en una batalla que de antemano parecería imposible: la búsqueda del sentido de la muerte, si lo tiene, dado que el de la vida ha perdido ya todo valor, sustituyendo la continuidad del discurso lógico por otro sensorial que exprese con palabras extraídas de la oscuridad del propio caos lo que hasta entonces había considerado innombrable. Para ello ha de convencerse a sí mismo de que en vez de proseguir el camino hacia delante movido por la esperanza de llegar a cualquier parte, ahora lo hace a la inversa no para volver al principio, sino, paradójicamente, para enfrentar la certeza del inmediato final... ¿Cómo asumir lo que ha dejado de ser un miedo latente pero abstracto para concretarse en la tóxica ebriedad que lo arroja a uno fuera del tiempo y lo transforma en un desecho físico y moral? Esa condición de reo sentenciado que sitúa a Harold Brodkey en el corazón del infierno y frente al resto de la humanidad se manifiesta en el libro de una forma sobrecogedora. El relato va cerrándose a medida que se escribe y es leído, igual que la vida va quedando atrás en el vertiginoso avance de la existencia hacia su desenlace. El sistema de compuertas que liberan la oscuridad en detrimento de los breves destellos de luz es de tal evidencia que aturde.

Lo extraordinario es que no recuerdo haber leído una obra residual de semejante lucidez, en la que brille con tanta fuerza el talento de primera categoría del autor. Con furia pero exento de rabia, despojado de toda convención vicaria, Harold Brodkey, lívido como la arena de una playa geográficamente desubicada, escribe de la madre que ha echado de menos, de sus sórdidas relaciones con los padres adoptivos, del Nueva York que ama y detesta, del redescubrimiento de la naturaleza, de su sexualidad y de la fe insobornable en su obra defendida hasta la fatiga, a la que rinde un bello homenaje final: "Si me ofrecieran verme libre de esta enfermedad a cambio de mi obra, no aceptaría". También admirable el relato de la despedida de Venecia, escenario de su última novela, "Amistad profana", ciudad moribunda, desplegada sin rubor ante los ojos del precario visitante que ve en ella las muecas de su propia e inútil resistencia al destino.

Es difícil no sentirse bajo la piel de Brodkey cuando anuncia: "He de decir que desprecio la vida si no puedo vivirla en mis términos". Y no percibir en lo hondo de la sensibilidad la conmoción de su risa que, asegura, "me rodea por entero", mientras asombrado se imagina navegando sin amarras por dóciles aguas bajo un cielo mudo. A los sesenta y seis años. Tremendo adiós de un escritor auténtico, en el punto cero de su infinito
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1.8.07

"Una historia de amor y oscuridad" de AMOS OZ


Este libro es un ejemplo de autobiografía bien narrada, en forma de novela, una obra literaria compleja que comprende los orígenes de la familia de Amos Oz, la historia de su infancia y juventud, primero en Jerusalén y después en el kibbutz de Hulda, la trágica existencia de sus padres, una descripción épica del Jerusalén de aquellos años, de Tel Aviv, que es su reverso, entre los años treinta y cincuenta. La narración oscila hacia delante y hacia atrás en el tiempo y refleja más de cien años de historia familiar, una saga de relaciones de amor y odio hacia Europa, que tiene como protagonistas a cuatro generaciones de soñadores, estudiosos, poetas egocéntricos, reformadores del mundo y ovejas negras. Esta amplia galería de personajes prepara un «ámbito genético» del que nacerá un hijo único que descubrirá ser escritor. Amos Oz nos entrega la historia de su infancia y adolescencia, una historia llena de aspiraciones poéticas y afán político: una novela que consigue llegar al corazón del lector.